Es hora de publicar a modo de festejo, hace unos meses que lo escribí y si bien no sea un texto perfecto, está escrito con afecto, tratando de mostrar empatía por todos aquellos que aún vivirán con ese dolor de haber desaparecido, de haber sido desaparecido, que le hayan desaparecido a un hijo, un padre, un nieto, un amigo, un hermano, valgamente igual hija, madre, nieta, amiga, hermana y todas aquellas palabras posibles que definan los lazos que no debieron ser rotos por hechos tan desgraciados que ocurrieron en Argentina, Chile, Uruguay, Brasil y todos los países hermanos donde la injusticia imperó y sigue imperando, porque aunque los hechos ocurran en Ecuador, México, Palestina o Ucrania, más allá de las diferencias, lo que nos hermana son las sonrisas y las lágrimas que todo ser humano exhibe en su vida, tan solo eso alcance para decirnos hermanos por humanos.
Mi respeto a todos, esto no es más que una ficción que por desgracia emula cierta verdad.
Mi respeto a todos, esto no es más que una ficción que por desgracia emula cierta verdad.
Uno
de los quinientos
Tiago
era el mejor hermano del mundo. Había en él algo que yo no tenía y
es que le gustaba ayudar a los demás, no solamente a mí que era su
hermano menor, también estaba pendiente si a alguien en la escuela
lo molestaban o lo peleaban los más grandes. Mientras yo soñaba con
ser ingeniero o inventar cosas, él decía que quería ser bombero
para ayudar a los demás. Me acuerdo de cuando tres chicos de tercer
grado me tenían acorralado en el baño y me querían sacar los
anteojos, me empujaban contra la pared hasta que me tiraron al suelo.
Apareció mi hermano justo cuando me agarraron entre dos del
guardapolvo pero Tiago no sabía todavía que el chico en problemas
era yo. Empezó a pegarles fuerte pero más rabia le dió al ver que
su hermanito era la víctima. Era mi ídolo. Terminó con un diente
partido y yo tenía moretones en las piernas de las patadas que me
habían dado esos chicos. Los demás gritaban y azuzaban a la pelea
hasta que aparecieron dos maestras y nos llevaron a la dirección.
Después nos reíamos en casa acordándonos que ellos también
terminaron todos golpeados. Eran tiempos mejores porque siempre
acabábamos riéndonos en secreto. Ese día hasta papá felicitó a
Tiago.
Pasaron
los años y al final yo había entrado a la facultad de medicina y
Tiago despues de unas vueltas por la vida empezó a estudiar
profesorado de historia. Nuestros padres tenían la idea de que los
dos fuéramos profesionales pero él buscó su propio camino. “No
vas a ser nadie disfrazado de bombero!” le decía nuestro padre,
que de chicos nos había enseñado que teníamos que llamarlo señor
para que supiéramos respetar a los mayores. A mí casi nunca me pegó
pero a él siempre le daba palizas. Los dos hacíamos travesuras pero
siempre la ligaba él. Nos decía que Tiago tenía que ser mi ejemplo
y por eso siempre cobraba él en lugar de ser más justo. Nunca quise
que me pegara pero sentía lástima por mi hermano que se las llevaba
todas con él.
Un
día estábamos los dos en el baño y frente al espejo me preguntó
por qué no nos parecíamos. -Porque vos sos más grande y más
inteligente que yo. -le dije sonriendo y orgulloso de él.
-¿Pero
no viste que mis ojos son claros y vos los tenés como papá y mamá?
-Mami
ya te dijo que la abuela María los tenía como vos.
-Sí
pero en las fotos no parece, además tengo rulos.
Intuyendo
por dónde iban sus cuestionamientos, razoné.
-Si
pensás que sos adoptado no es verdad porque nací yo. ¿No te das
cuenta que hubieran esperado a tenerme antes que adoptarte? Hubiera
sido cuestión de esperar, ¿no?
-Tenés
razón pero no lo decía por eso, dejá no me hagas caso.
-Sos
raro Santi, siempre hacés de héroe y la gente normal no anda
ayudando a los demás. ¡Sí que sos raro pero sos mi hermano!
Hablábamos
mirandonos al espejo y observándolo tenía razón que era muy
diferente al resto de la familia pero a mí no me importaba o mejor
dicho, no quería que existiera una razón para que lo fuera.
Teníamos diez y doce años y él le pedía a papá que lo llevara
siempre a la peluquería para que no se notara que tenía rulos. Le
empezó a importar tanto su imágen que yo quería parecerme más a
él en todo lo que hacía. Más adelante empezó a llamarme
zanguijuela. A mí me molestaba pero así y todo no me despegaba de
él.
Hasta
que empezaron las peleas.
-Dejame
en paz zanguijuela! Siempre copiando todo.
-¿Y
eso qué tiene que ver? Además no es verdad.
-¡No
somos gemelos, no somos siameses, hacé tu vida, andá con tus
amigos, pero no me copiés más!
Cerró
la puerta de la habitación que compartimos toda la vida hasta ese
momento. Mi único amigo de verdad era él y me dolió mucho lo que
dijo.
Dejó
de contarme sus cosas y yo sufría porque lo quería pero no sabía
cómo acercarme a él que aparte de eso se había instalado en el
altillo que cuando chicos era nuestro lugar de juegos cuando llovía
y no nos dejaban salir al patio. No lo quería copiar, es que quería
estar cerca de él... y con él, era mi hermano mayor, siempre me
había cuidado y defendido, y de un día par el otro empecé a
pesarle y yo no lo podía entender. A lo mejor sus amigos lo cargaban
porque siempre estaba con el plomo de su hermano o esas tonterías
que dicen las pandillas adolescentes cuando marcan territorio y
todos tienen que igualarse para ser más fuertes como grupo contra el
mundo adulto. Y los chicos somos parte del mundo de los adultos.
-Quedate
en casa zanguijuela o buscate amigos tuyos!
Al
final me hice de un grupo propio de amigos, eran del colegio y nos
reuníamos al salir de clase. Como compartía colegio con Santiago,
sabía también cómo era su colegueo, chicos a los que les gustaba
sentirse fuertes y marcar la diferencia con el resto. Eran una
especie de pandilla de crenchas que escuchaban Kiss y Iron Maiden y
tomaban cervezas escondidas en bolsas del supermercado en la plaza.
Hasta mi hermano se había hecho un tatuaje en el hombro sin que
nuestros padres lo supieran y cuando lo descubrí de casualidad,
medio que me amenazó con una golpiza si abría la boca.
Un
día me preguntó si le guardaba un secreto y claro que acepté. Se
me iluminaron los ojos. Me dijo que quería que lo acompañara a un
lugar en el centro.
-Pero
no le digas a la vieja, ni le cuentes a Viviana. -yo había entrado
en medicina como conté antes y Viviana era mi novia de entonces. Él
seguía con su grupo pero casi todos habían dejado la secundaria,
incluso Santiago.
Esto
pasó un domingo a la noche y al lunes siguiente nos fuimos a la
estación de trenes, nos bajamos en la terminal y de ahí en subte
hasta unas oficinas que había en una casa de principios de siglo
veinte.
En
el tren casi ni hablamos. Parecía que el secreto también era
conmigo y solo necesitara alguien al lado de él. Le pregunté adonde
íbamos.
-Ya
vas a ver, a lo mejor es una paranoia mía pero no te asustes. -se
había peinado el pelo y en la estación de tren se lo ató a la
nuca, los borceguíes los llevaba encima de los pantalones pero
también se los tapó cuando nos sentamos en el tren. Yo seguía
cortándome el pelo bien corto, usaba zapatillas y por lo demás
íbamos igual, jeans y camisas rayadas.
-No
me asusto Tiago pero tanto secreto... hace años que apenas hablamos,
¿entendés? -dió un respingo al escuchar su apodo de antes, ya que
hacía tiempo que lo llamaba Santiago a secas.
-Si
bueno no sé, muchas cosas pasaron y pasan por mi marote, hermano. La
vida me vino pegando de siempre.
-El
que te pegaba ya sabemos quién era. Yo siempre estuve con vos.
-fruncí el ceño y miré por la ventanilla, buscando en las vías,
la velocidad que me borrara la emoción que brotaba de los ojos.
-Vamos
a ver qué pasa estos días. No parece pero te sigo queriendo y va a
seguir así siempre.
-Me
gustaría que mejoraramos entonces.
Y
lo hicimos. En esos dos meses nuestras vidas hubieron de cambiar para
siempre.
Nos
inventamos una nueva familia. Veíamos a mamá cada tanto, de alguna
manera tuvimos que aceptar que ella había sido una más de las
víctimas que dejó aquella época.
Quedó
viuda cuando nuestro padre murió en servicio hace dos años, lejos
de entristecerse, con la pensión de viudez pintó la casa por fuera
y por dentro, cambió el juego de dormintorio, hasta le alcanzó para
comprarse una cocina y heladera nueva. Que la viéramos bien nos
permitió dejarla sola sin tanta culpa.
El
departamentito que alquilamos era muy viejo pero barato. Y para
costearlo invitamos a vivir a uno de mis compañeros de la facultad,
además de que Tiago empezara a trabajar a sus veintiún años y
anotarse en el turno noche para terminar la secundaria.
Al
cabo de esos dos meses volvimos a ir al mismo sitio.
-Santiago
Diez, tengo que decir que tu análisis de ADN no coincide con ninguno
de todos los que tenemos en el banco. Podés quedarte tranquilo con
tu orígen, no sos hijo de desaparecidos.
-Entonces...
-Para
nosotras es un encontrado menos, pero para vos es una tranquilidad en
tu vida. Que tu padre haya trabajado en la policía en aquella época
y todo lo que nos contaste puede ser una coincidencia, pero la prueba
es definitiva. -la mirada de la señora era contradictoria y difícil
de explicar. Lo abracé muy fuerte.
-Ves
que somos hermanos de verdad...
-Muchas
veces la felicidad no está donde la buscamos. -dijo esta señora
mientras me miró fijamente y agregó. -La tenés en ese abrazo con
tu hermano.
A
la semana Tiago fue a visitar a nuestra madre. Despues de su visita,
ella me llamó para que habláramos los tres.
-Santiago
ya sabe la verdad, su parte. Ahora faltás vos. -Ella se frotaba las
manos con mucha ansiedad, me la imaginé con la lámpara de Aladino y
su deseo era desaparecer, pero se enfrentó a nosotros con la misma
mirada de pánico que tenía cuando presentía el ataque de furia de
nuestro padre. No lo había dicho pero fuí el único de la familia
que no sufrió sus golpes. Estábamos en su dormitorio, se había
sentado en la mecedora donde solía tejer o miraba hacia el jardín
buscando quién sabe qué.
-Le
pedí a tu hermano que me dejara a mí contarte todo. Tu padre y yo
queríamos tener un hijo pero no podíamos. Él siempre fue nervioso,
eso lo sabés, y que no quedara embarazada lo puso peor, buscamos
mucho tiempo pero yo me empecé a alejar de él porque era muy
violento y le tenía miedo pero seguimos juntos también por miedo, y
en el fondo no era malo, pero sin buscarlo conocí a un buen hombre.
-hizo un paréntesis largo mientras Tiago miraba al suelo y yo a él.
Volvió a hablar.
-El
papá de Tiago fue ese hombre y no se lo dije ni a mi sombra. Tenía
terror de tu padre. Me las arreglé para que creyera que era de él.
Perdoname Santi querido y vos también por favor. Nunca volví a
saber de él. -mi hermano y yo nos sentamos a los pies de la cama,
escuchándola.
-Santi
estaba por cumplir dos añitos, hacía un rato que lo había
acostado, era invierno, me acuerdo porque había preparado un guiso y
bueno... la cuestión es que llegó muy tarde esa noche, llevaba
puesto el uniforme abajo del sobretodo y un paquete en los brazos.
“Yo también te puedo dar un hijo” me dijo mientras le sacaba la
mantita a un bebito hermoso. En ese momento sentí terror porque
entendí que había descubierto mi infidelidad. ¡Y encima se vengaba
de esta manera! ¡Tuvo un hijo con otra mujer y me lo trajo a mí!
-noté que mi madre o la madre de Tiago o quién sea empezó a sudar
mucho, se aferró a los braceros de la mecedora y tamborileaba el
suelo con la punta de los pies. Estaba reviviendo esa historia.
“-Calentá
leche para este mocosito. Tu bastardito lo vas a seguir teniendo,
quedate tranquila.
-¿De
qué estás hablando Alberto? -dijo pálida como la nieve.
-Me
puedo hacer el pelotudo pero no soy. Yo también fui a un médico y
se que no soy bueno para darte un hijo así que ese no es mío. Este
sí. -dijo señalándo al recién llegado que llevaba en brazos y
seguía dormido.
-¿Y
quién es la madre? no sé cómo me atreví a preguntarle eso. Cuando
lo escuché que llegaba, encendí la hornalla para calentar el guiso
y mientras pasaba todo esto, él dejó el bebé en el sillón y
volvió a la cocina muy rápido.
-¿Te
pregunté acaso de quién es el hijo de puta que alimento?!! Puta de
mierda!
Mi
mujer es una puta y yo un cornudo. Ustedes empezaron a llorar pero él
no paró ahí. Se calzó la cacerola con las dos manos y me arrojó
las lentejas hirviendo encima. Esa cena me dolió una semana entera
en el cuerpo, ni siquiera me llevó al hospital. Me arrastró hasta
la bañera y me tiró agua helada. Yo no paraba de gritar.
-Vamos
a decirle a todo el mundo que te quedaste inútil despues de Santiago
y que queríamos darle un hermanito, por eso adoptamos y acá se
acabaron las preguntas. Era de una zurda drogadicta que ni sabe quién
es el padre así que nadie lo va a reclamar. Cuando salgás de la
ducha poné tu firma al lado de la mía que ya lo adoptamos.”
Hasta
ese momento Tiago sabía que Alberto no era su padre pero todo lo
demás lo dejó tan azorado como a mí. Nuestra pobre madre se tapó
la cara con las manos, se dobló sobre sí y enterró su cara entre
las rodillas, se abrazaba las piernas en un llanto descontrolado y
empezó a arañárselas. Entre los dos la abrazamos, intentamos
frenarla. Tiago corrió al baño y volvió con una toalla mojada. Lo
urgente era calmarla, devolverle un mínimo de paz, asegurarle que la
queríamos, que la amábamos.
Era
nuestra madre, un alma vacía en su soledad, una muñeca de trapo
rellena de miedos, culpas, dudas y la sal de millones de lágrimas.
Sentimos que lo urgente era llorar la hiel de los tres en un abrazo
sincero que nos reparara un poco.
No
sé qué hora era, ni qué sábado de septiembre se estaba acabando
pero el sol iba desapareciendo y el perfume de la glicina iba
trepando por la ventana abierta recordándonos que la paz también
hace acto de presencia.
Tiago
el servicial, Tiago el samaritano se encargó de la cena, ravioles
con crema y queso rallado que su madre apenas tocó.
Mil
novecientos noventa y ocho terminó con nosotros tres tirando
vengalitas en el jardín y espantando los mosquitos mientras mamá
cortaba el pan dulce y repartía las garrapiñadas y trocitos de
turrón en platitos. Estaban por llegar los padres de Alberto con
nuestros dos primos, venían de cenar en la casa del tío Pancho,
como siempre los tíos no salieron de su casa por el miedo de él a
que le incendiaran la casa con los cohetes. Tiago repartió espirales
prendidos debajo de la mesa y me mandó a encender la tira de
lucecitas colgada en el ceibo, que preparamos pero nos olvidamos de
enchufar. Charlamos con los vecinos que se asomaron por encima de la
ligustrina para saludar y en ese momento sonó el timbre. Mis primos
eran un poco menores que nosotros pero de River y Boca igual que
Tiago y yo. Así que durante un rato los hermanos pasábamos a ser el
enemigo y los primos el amigo.
-Carmencita
mirá que te conozco, le dije a Toto que sin Alberto se iban a quedar
solos acá. Las vueltas que nos hacés dar de una punta a otra. -mi
abuela siempre fue muy nietera pero la lengua no se la cortaba nunca.
-Bueno,
ustedes saben que me cuesta salir, Alberto siempre me tenía que
arrastrar.
A
mi abuela se le llenaron los ojos de lágrimas por su hijo y el
abuelo aclaró la situación sentándonos a todos y pidiendo una
sidra.
Mi
madre se evitó todo preámbulo, golpeó una copa con un tenedor
mientras el abuelo las servía y nosotros cuatro volvimos sabiendo
que no nos íbamos a librar del discurso. Antes los daba mi padre y
ahora mamá.
La
abuela comentó que se había dado cuenta de que su hijo era un
maltratador pero nunca había dicho nada. El abuelo volvió a
servirse sidra dos veces y jugaba con las garrapiñadas, ella seguía
hablando con los nudillos en la mesa, en un tono monocorde pero sin
parar. Los cuatro primos estábamos sentados por simpatía futbolera
como siempre.
-¿Entonces
no son nuestros primos? -Juanjo, el menor, hizo el comentario sin
maldad, más bien con asombro, pero dió pie para que el abuelo
dijera.
-Entonces
no tenemos nada que ver con esta familia. -se levantó apoyándose en
el brazo de la abuela quién empezó a llorar.
-¿Carmencita,
tantos años este secreto...?
-Mis
moretones no eran un secreto.
-Pero
si vos no hablabas, yo qué podía decir?
-Esas
cosas son privadas de cada casa. -intervino el abuelo apurando el
último trago y frotándose la cadera que le provocaba renquera.
-vamos que hay que llevar a los chicos de vuelta.
-Carmencita
no terminó de hablar, no me voy a ir, no, todavía no. Sacate de la
cabeza que voy a perder dos nietos. Diez, sentate que las llaves del
auto las tengo yo y parece que a los Diez hay que arreglarlos
bastante, aunque hay uno que ya está muerto. -la abuela empezó a
llorar otra vez pero se secó con una servilleta y no se movió de la
silla.
Tiago y Chelo fueron a la cocina a preparar café. Juanjo y yo
nos fuimos a la pileta a meter los pies en el agua.
-¿Entonces
no sabés quienes son tus papás?
-mis
papás van a seguir siendo ellos, sobre todo ella. -chasqueé la
lengua. -igual es raro, todo es raro.
-¿Por
qué lo decís?
-Nada,
soy un traidor porque la quiero a ella, a mi hermano, a ustedes, pero
si también quiero a mi familia que no conozco, entonces traiciono a
la que conozco. ¿Y si mis viejos verdaderos eran terroristas?
-sí,
qué garrón. Igual si eran eso, se merecían la cárcel pero no que
le saquen un hijo o matarlos, pero es un garrón igual.
-A
lo mejor ni siquiera soy hijo de desaparecidos
Empezaron
a estallar los cohetes, señal de que no nos habíamos enterado del
cambio de año.
-la
abuela nos dijo antes de salir de casa: “cenamos con unos y
brindamos con otros” ¿pero de brindis ni hablar, no? -impostó la
voz de la abuela y por suerte me hizo reir.
No
hace falta contar que no hubo brindis. Todos tomamos el café que
sirvieron Chelo y Tiago, la abuela nos abrazó a todos y nos lagrimeó
los cuellos. Le agarró las dos manos a mamá. -Vas a seguir siendo
la viuda de mi hijo así que sos mi hija. No le hagas caso a este
cangrejo, -señalando al abuelo. -es cascarudo por fuera pero adentro
es manteca.
Ahora
comenzaba lo importante, en marzo volvimos a Virrey Ceballos por
cuarta vez, pero ahora nos acompañó mamá y los interrogantes eran
míos.
-Alberto
Diez, en esta carpeta está el resultado de tu análisis de sangre. Y
la histocompatibilidad sanguínea con dos muestras de ADN de nuestro
banco de datos. -explicó María Herminia, otra más de las Abuelas,
buscadoras incansables de sus nietos.
Un
temblor se apoderó de mis piernas y mi vista se pobló de imágenes
de películas de guerra, era lo más parecido que podía encontrar a
una realidad terrible que se acercara a mi historia. Tiago llenando
el balde con arena mojada para ayudarme a hacer un castillo, y una
bomba explotando en una playa de rocas sembrada de cadáveres. Mamá
Carmen correteando hacia mí y alzándome en brazos mientras yo reía
felíz. Papá Alberto llevándome a la escuela de la mano y llamando
a los gritos a mi hermano que caminaba detrás o poniéndome su gorro
de policía que me tapaba hasta la naríz y de repente su cinturón
en las piernitas de Tiago. Una ráfaga de tiros en una trinchera se
volvió ensordecedora. Luego el silencio y el tic-tac de un corazón
mecánico o un reloj, no lo sé, me nubló la vista de rojo y miré a
María Herminia, a Tiago y a mamá.
-Tu
caso es el de una apropiación ilegal, como otros quinietos casos
más. Para nuestro dolor, tenemos mucha experiencia en esto y cada
vez que aparece uno de nuestros nietos, es como si fuera el de todas.
-se le quebró la voz. -Si me dejás abrir la carpeta, te voy a
mostrar los datos de tus papás biológicos. -sin mirar a mi familia,
asentí con la cabeza.
-Tu
mamá estaba casada y embarazada de cuatro meses cuando...
Cuando
es tanta y tan fuerte la información a procesar, una batalla se
desata en el cuerpo, sensaciones contradictorias de alegría,
euforia, rabia, alivio, tranquilidad, tristeza. Una tristeza profunda
por un pasado que nunca tuve, y un futuro que me robaron. El consuelo
de ser querido por gente que me adoptó en su vida, un hermano, una
madre, hasta un padre que se aferró a mí por vengarse de su mujer
sin importarle mi vida ni quién era, y que actuó un afecto que
sentí real durante años, aunque yo lo odiaba por hacer causa común
con Tiago.
Se
pueden explicar muchas cosas, pero otras es imposible de ponerlas en
palabras. Ese año descubrimos que lo urgente era repararnos de
nosotros mismos, pararnos las hemorragias y dejar de lastimarnos con
culpas y dudas y preguntas que nos hacían más daño.
Lo
importante era una vez recuperados si es que se pueda, descubrir
nuestros pasados y proyectarnos un futuro como las mejores personas
que podíamos ser. Buscar al papá de Tiago, contarle que tenía un
hijo, conocer a mis abuelos biológicos y seguir siendo los hermanos
que aprendimos a ser.
Saverio
Longo
Amsterdam,
27 de abril de 2014