Un hombre como cualquier otro hombre, acostumbrado a los ires y venires de su vida
diaria, casi aletargado en sus pensamientos, adormecido y con una sexualidad
flácida, sale de su casa como todos los días a cumplir con su obligación diaria
que le permite pagar sus cuentas y costearse un mínimo de caprichos usuales a
todos nosotros, como una cena con amigos o un finde en alguna ciudad aún no
visitada, en agradable compañía, descubre en el portal del edificio donde tiene
su parada de bus, un paquete llamativo por lo fuera de lugar pero como
cualquier otro paquete que no llamaría la atención si estuviera sobre un
escritorio o en un mostrador de una tienda.
Atina en un primer momento a no tocarlo, apenas lo registra
con la mirada como tratando de escanearlo sin tener que acercarse demasiado.
Revelando un cierto grado de cautela, muy consecuente con los tiempos que
tocan. La paranoia se va apoderando de
el, nadie más a esa hora está esperando el bus, ni saliendo del portal, y además
el bus ya está retrasado con el horario.
De repente nota que está sudando un poco, algo lo puso tan
nervioso en ese momento que se sintió ridículo con la repentina sensación de ser observado y a la vez
aterrado con el posible contenido del susodicho. Qué hacer en ese momento de
soledad? Abrir el paquete? Sin tan solo tocándolo podría explotar, pero a lo
mejor contiene algo valioso que podría caer en manos de alguien y que ese
alguien no sea el mismo, lo hacía sentir aún más ansioso y ridículo. Nadie
observaba. En el edificio de enfrente se
veía una ventanuzca con luz, probablemente alguien duchándose antes de salir al
trabajo.
Ni los pájaros empiezan a trinar a esa hora así que la
soledad era completa, casi perfecta, todo había confabulado para que así sea,
el bus ni siquiera aparecía por la carretera, todo indicaba que seguiría solo.
Así que se decidió a coger el paquete, abrirlo y finalmente demostrarse que la
paranoia era una compañía estúpida y ridícula. Mejor salir de dudas y
encontrarse con una sorpresa que de ser grata, sería la hostia!
La tediosa cafetera y su pitido justo antes de que me
enjuague el shampoo, será posible que me olvide de la cafetera y ahora con todo
esto en la cabeza tenga que salir resbalando de la ducha? Maldita cafetera del
demonio- Insistía mientras se envolvía
la toalla en el pelo para no irse chorreando espuma sobre los ojos y llegando a
la cocina escucha cómo se rompe algo de vidrio justo en el baño, maldiciendo
más aún, apaga el fuego, y para su asombro, empieza a bendecir ahí mismo a su
cafetera. Se había salvado por los pelos de una estampida de cristales sobre su
cuerpo justo gracias a la cafetera.
El conductor solo prestaba atención a la calle y las
noticias de las 5 de la mañana. Su unica
distracción en ese momento era no distraerse con el sueño que aún llevaba
pegado en todo su aura. Volvía de una noche larguísima de trabajo a destajo. No
podía permitir que su colega llevara el mérito del proyecto, así que hacía
horas extras gratis con tal de conseguir un escalón más arriba del que ya
estaba. En el cruce con la carretera,
aparece por su derecha un bus a toda hostia,
dueño y señor de la calle, lo pasa rampando mientras el clava los frenos
y de repente despierta para putear de arriba a abajo al chofer de los cojones
que casi lo convierte en cadáver. Se quedó un instante allí, tratando de
reaccionar pero lo que vio lo dejaría aún más inmóvil.
Primero fue escuchar el estampido y luego el movimiento del
autobus que iba a todo trapo y se detuvo casi en seco para luego volver hacia
atrás empujado por una bola de fuego que en segundos lo devoró, dejándolo hecho
añicos. Algo así como habría quedado él unos segundos atrás si lo hubieran
atropellado.
La discusión con su ex no lo había dejado pegar un ojo en
toda la noche. Así que se dedicó al chat por unas cuantas horas, hasta que los
ojos ya se le cerraban. Sin embargo, quiso seguir un rato más, total no podría
dormirse porque en un rato tendría que levantarse como cada jueves. Sólo
escuchó el ruido, porque lo que vino después lo describió la policía. Un vidrio
de la ventana le había seccionado el cuello del tal manera que ni habrá tenido
tiempo de darse cuenta que todo había acabado para él. Al menos, la denuncia
por abandono de persona que le cursaría su
ex ya no tendría efecto.
De los tres ocupantes del bus, uno salió por la luna trasera
convertido en fuego caminante, hasta que el dolor lo desplomó y quedó inerte en
el suelo, como una antorcha que no se apagaría de los ojos del hombre del auto
por muchos años. Las ventanas de los
edificios de ambas aceras, quedaron esparcidas en los interiores de los
apartamentos. Muchos pasaron del sueño
nocturno al profundo sueño de la muerte casi sin enterarse. La gran mayoría
salió carreras abajo por las escaleras, para encontrarse lo que ante sus ojos
era dantesco. Una antorcha gigante de hierros retorcidos y humo resplandecía
como un amanecer en medio de la necritud. Más tarde encontraron uno de los
brazos del hombre que abrió el paquete, trepado a una de las farolas de la
calle. El resto del cuerpo era una masa informe casi calcinada y
sanguinolienta, un amasijo de carne.
Y clavos esparcidos por todos lados. El
portal del edificio en cuestión, que sabía ser de estilo modernista, con flores
de lis y hojas de laureles, pasó a ser hierros retorcidos. Los vecinos no
podían salir, todo quemaba, todo lastimaba, se empezaba a sentir el olor de la
muerte. Y el sol, con su acostumbrado
fulgor de agosto, parecía contradecir todo lo que sentimos en esos minutos
negros, atronadores. El barrio de Leganés amanecería ese 13 de agosto con
crespones negros.
Saverio Longo
Amsterdam 17 de abril de 2013
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