A veces no entiendo los sueños que tengo, bueno, quiero
decir que muchas veces no los entiendo, solo que a algunos me gustaría sesmenuzarlos y mirarlos por dentro, y
le doy vueltas a alguna interpretación pero no aparece nada.
A lo que voy es que hace dos noches estaba en un lugar como de paraíso selvático, donde todo era maravilloso, plantas de flores gigantes que nunca había visto, texturas aterciopeladas, otras, cascarozas. Y de repente, aparece un nene
de unos 5 años que me mira fijamente para después de un rato preguntarme cómo me llamo y le digo mi nombre.
Entonces sos extranjero -confirma el nene.
Yo le respondo que no estoy seguro porque no sé donde estoy
y se ríe de tal manera que empiezan a moverse hojas y ramas en diferentes
lugares. El paraíso comienza a darme miedo porque veo como de la nada aparecen
ojos amenazantes, ojos que no parpadeaban y daban la sensación de querer
devorarme mientras aquel nene reía descontroladamente.
Después de un momento el nene, al que le había crecido una barba larga, hace unos movimientos con las manos y todo vuelve a la calma. Ahí entendí que lo más seguro era mantener al nene
tranquilo mientras decidía por dónde escapar de ese lugar.
El aire era acuoso, casi se necesitaban branquias para
respirar. y pretender moverme era, como graficarlo, como remar en dulce de leche con dos hisopos, jajaja, lo escuché el otro día en la tele.
Sin embargo mi idea de huir no la abandonaba pero tardaba
mucho en aparecer la salida.
De repente un terrible trueno abrió paso a un rayo que parte
uno de los árboles en dos y se producen llamas. Una corriente eléctrica
bajo mis pies, me hace saltar hacia adelante y caigo sobre una mata de pelos
verdes, como musgo o algún líquen gigante que nunca había visto. La sensación de ardor invade todo mi cuerpo, y siento que la glotis se cierra peligrosamente. Era una planta venenosa.
Ya no hay nene riendo, ni mirandome, ni barbudo.
Entra tanta luz por el hueco que dejó el árbol derribado y sale tanto fuego de su tronco que se forma una columna de humo muy negro reemplazando al mismo árbol y se forma un hongo aún más arriba de la espesura de esa selva.
Entra tanta luz por el hueco que dejó el árbol derribado y sale tanto fuego de su tronco que se forma una columna de humo muy negro reemplazando al mismo árbol y se forma un hongo aún más arriba de la espesura de esa selva.
Entre calor, humedad, humo, y el ardor de la planta venenosa en mi piel, doy vueltas sobre mí, buscando un claro por donde salir, empiezo a correr y me encuentro ya
en un campo abierto con alguna casa en la lejanía.
De repente el paisaje era el mismo de General Rodríguez, un arroyo
casi seco, pasto realto, malezas, tierra roja hecha cascotes por haberse resecado al sol, el polvo pegándoseme en el sudor y más allá un techo
azul de chapas. Ni siquiera la viborita gris que pasa arrastrando el polvo del camino me asusta.
Corro todo lo rápido que puedo porque siento que llegaré a
un refugio.
Después de dos días sigo sin entender el sueño.
Si te acercás demasiado, lo maravilloso puede ser monstruoso, y lo común y
conocido, al final es un shelter.
Qué hacemos saltando entre paraísos?
Saverio Longo
Amsterdam 11 de junio de 2013
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